10/2/11

fragmento de la novela "Seraphino..."

Todos conocen el bar Alejandría. Lo visitan asiduamente. En la entrada tiene unos vitrales con marco de madera marrón. En los vidrios superiores de la puerta predominan los colores verde y rojo. En un vértice derecho de la misma hay tallada una cabeza de león, en el izquierdo la de un lobo que muestra los colmillos. En el interior se encuentran alrededor de trece o catorce mesas. Todas tienen nombre y apellido. La barra es una barra antigua, de madera fuerte y laqueada. Detrás de ella, esperando siempre está Leandro Adonai, quien una vez contó a Seraphino que tuvo sueños dentro de otros sueños: “En el primero yo era mi peor enemigo, sacaba una pistola y me apuntaba a la cabeza. Cuando gatillaba, del cañón salía un globo que se inflaba. Este se hacía transparente y grande, y yo otra vez adentro, sentado en una silla de ruedas, ciego como Hamm frente al paisaje desolador de la nada, donde lo visible estaba destruido y lo invisible era tan claro que se volvía absurdo. Eso continuaba; después, mi ceguera abría en sus oscuridades otro sitio; una pieza húmeda llena de sombras deformes que me llevaban a otras cosas y así hasta que despertaba aturdido y asustado”.

De este lado de la barra, la simpática Victoria, quien nunca contó nada. Es muy linda, es muy callada, es muy sabia.

El color de las paredes es de un marrón claro. En ellas cuelgan cuadros de diversos de artistas, contemporáneos y rosarinos. Uno de los cuadros muestra una tripulación alegre y mixta que saluda. La embarcación no es grande y en la proa hay una inscripción que dice: no vamos a llevarte a menos que tu vida tenga el vértigo de un poema. En el fondo, un sol que ruge de vida bajo el cielo claro. El agua no es turbia, tampoco azul. Los clientes más habituales y sensibles han tocado infinitas veces la ardua textura del óleo. En otra pared, en la sur, la decoración pertenece a una pintura acrílica, abstracta, de pinceladas suaves, y colores mezclados. Sobresale el amarillo, tiene un ritmo macilento y da la impresión de abandono, de hojas tristes, de otoños que lloran la caída de la hoja sin rumbo preciso. La pared norte es casi violenta. El cuadro que allí se encuentra ostenta un fondo rojo sangre coagulada. De ese fondo sale una figura femenina, desnuda, con un ramo de pequeños tigres en la mano derecha. En el centro fresco de sus ojos un par de cipreses huérfanos respiran con dificultad. El rostro demuestra calidez, pero el cuerpo tiene una forma siniestra, como inacabada. No da temor, da extrañeza.

1 comentario:

MARISOL BEATRIZ OÑO dijo...

Poeta Negro: Me gusto mucho lo que leí, espero verlo impreso y leerlo 1 vez más.

Como en todos nuestros dias, 1 beso!