23/6/09

Espera demencial o congelar los átomos que nos hieren

Bajo la suave luz de un sol incapaz de atravesar los cristales de la tarde, todo comienza casi accidentalmente, empezar como un juego el erigir constante de pensamientos que no ofrecen buenos resultados a la hora de las soledades. Ya no escuchará -por un tiempo al menos- de aquel viejo piano emitir cada nota como una manifiesta palabra de amor. Si podrá refugiarse en un recorte del día sentándose en el sillón del living, mirando hacia la otra sala, perdiéndose en un espacio nebulosamente triste, bebiendo un tímido wisky con lagrimas, y de cuando en cuando vaciando un atado de particulares, dibujando en su imaginación la figura deslumbrante de Nandí tocando para él. Cuando termine aquel recorte de tela nostálgica del día, irá al baño, no se dirá nada frente al espejo, solo recibirá de este por inercia lo que haya que ver. Se enjuagará la cara una y otra vez como queriéndose arrancar las imágenes de su amada que lo asaltan cada vez que cierra los ojos.
Recordará también otras cosas, las mañanas en que ella se despertaba con su mano acariciándole la cabeza, perdiendo sus dedos en el pelo reclamando su desayuno con esa voz de recién despierta, mamengueando como un niño, adormecidamente sexy. El haría la tarea divina de recorrer su cuerpo con besos, con un ardor dulce en los dedos y una llama en el lugar del corazón, sería entonces la hora de prenderse fuego. Pero vuelve al espejo denso de una realidad punzante, de un baño pálido, de una espera absurda y todo tiende a recomenzar, a perderse en los pasillos de pianos inaudibles y en el recorte nostálgico del día. Entonces deberá esperar, esperar estúpidamente con la paciencia destrozante y enfermiza de su naturaleza, la llegada de Nandí que no fue más que a pasar un fin de semana de campo con amigas.

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